cómo terminar con una novia

Nico y yo terminamos hoy en un café del centro de Madrid. Ella me miraba desde el otro lado de la mesa, sus ojos cenicientos tristemente vaporosos. Tuve que decírselo, no pude seguir dando largas a una relación ya tan casi muerte, ya tan casi carcinoma. Ella no podía comprenderlo. Le dio por llorar, por gruñir, por patalear.

- Pero tienes que entenderlo, Nico, de nada sirve continuar con esta farsa. Tantos años manteniendo una relación sin amor. Dosis de ti más de veinte veces al día. Y no por deseo, sino por costumbre.

- ¿Y qué pasó con todas veces que me dijiste "tú eres el aire que respiro", "sin ti mi ahogo", "sin ti me muero de la ansiedad", "no concibo un café sin tu compañía", "me das vida después de comer", "eres mi vicio, mi perdicíón".

Sollozante, jadeante, puchereante. Nico soplababa y resoplaba, respiraba entrecortada, flotaba a mi alrededor. El viejo truco de manipulación por el aire.

- ¿Y esas noches -decía- de amor multinacional y asmático? Yo acaba siempre anidada en tu pecho, jugando al escondite con tus bronquios y tus alvéolos ¿Qué le dirás a ellos ahora que me abandonas? ¿Cómo vas a consolarlos?

- Bueno, muy fácil. Los negritos y chamuscados se van contigo, los marroncitos y lozanos se quedan conmigo. Si quieres, los puedes venir a visitar algún que otro fin de semana, cuando yo esté por ahí tomándome una cerveza.

La Dama del Aire no paraba de llorar. Yo era incapaz de sentir el más mínimo arrepentimiento, ¿será que me estoy convirtiendo en un insensible? Y ella me diciéndome:

- Tú, hombre sensible, tímido pseudointelectual, yo soy la única mujer que te entiende. Volverás a mí siempre que te sientas solo, inseguro, autodestructivo. Me querrás en tu vida, en tu muerte, en tu futuro. Ya lo verás, malagradecido, nunca vas a encontrar una mujer que te quiera como yo. Eres débil, y yo estoy hecha a la medida de tu debilidad...

No siguió hablando porque la aplasté con el zapato. O hasta que la muerte nos separe.